¿Por qué puede llegar a ser tan difícil, para nosotras las mujeres de la actualidad, establecer relaciones armónicas y duraderas con los hombres y basadas en el respeto mutuo? Como mujer separada en medio de grandes conflictos y luego de varias relaciones me he interesado en conocer a profundidad lo que son

los hombres y lo que implica la masculinidad. He descubierto que ocurre, en parte, porque no ocupamos nuestro lugar como mujeres y no le damos a los hombres y la masculinidad el debido reconocimiento. Bert Hellinger desde la terapia de las Constelaciones Familiares, Ton van Der Koon, Pilar Sordo y Steve Harvey, entre otros, nos dan luces al respecto y pretendo en este artículo compartirlas con el lector sumadas a mi experiencia y estudio de otras fuentes.

Es un hecho que la historia ha llevado a la mujer a buscar la igualdad de derechos como seres humanos; nuestra participación en la sociedad y la política ha sido ganada a pulso y, en muchos casos, hemos puesto nuestra vida y la de nuestras familias en riesgo por lograrlo. Hoy en día es cada vez más común que alcancemos autonomía económica, éxito profesional y reconocimiento social; sin embargo se nos dificulta armonizar todo lo anterior con la pareja, la maternidad y la familia.

Desde la perspectiva biológica, la vida para los humanos viene tanto de lo masculino como de lo femenino; sin ambos no es posible. Un óvulo conteniendo la mitad del material genético de la madre se une a un espermatozoide con el material genético del padre y forman una célula completa llamada cigoto. Entonces, el cigoto empieza a subdividirse hasta formar un ser humano completo. Desde la “Sistémica Familiar con el enfoque de Bert Hellinger”, solo cuando tomamos lo masculino y lo femenino que nos viene de los padres junto con la vida, podemos sentirnos plenos y completos.

Somos seres sexuados, hombres como papá o mujeres como mamá. No podemos ver la vida desde la perspectiva del otro porque “no tenemos la perspectiva del otro”. Podemos reconocer que somos diferentes y que, cómo en la reproducción, requerimos de lo que nos aporta el sexo opuesto para sentirnos completos. En su trabajo con las Constelaciones Familiares, Bert Hellinger fue descubriendo de qué manera nos necesitamos mutuamente. La mujer ha olvidado que necesita del hombre y lo masculino y, como consecuencia, ha perdido su lugar y ha olvidado lo femenino. Hellinger nos dice que las mujeres tomamos lo femenino de la madre y los hombres lo masculino del padre. Esto puede darse durante el crecimiento y la maduración a su lado o por medio de figuras paternas que los representen; también es posible hacerlo en terapia. Como sea, tanto para hombres como para mujeres es vital tener claro a qué corresponde lo masculino y la masculinidad para desenvolvernos armónica y exitosamente.

Lo masculino aporta “la fuerza de la supervivencia y de la adaptación a la realidad, la fuerza del compromiso, de la responsabilidad y de la realización profesional” (Champetier 2011, Constelar la Enfermedad, Ed. Gaia). Desde que vivíamos en las cavernas a los hombres les correspondió salir a jugarse la vida y así proveer lo necesario para la supervivencia, mientras nosotras nos quedamos a cuidar del clan y mantener la unidad familiar. Lograrlo significó desarrollar la fortaleza física y las habilidades necesarias para garantizar la comida, el abrigo y la seguridad; después de la procreación esta era su función y su único propósito. En la actualidad los hombres siguen cumpliendo este noble objetivo: aportar a la seguridad y la supervivencia de su familia; si los dejamos.

Mientras un hombre no tenga claro: “quién es, qué hace, y cuánto produce” sentirá que no ha completado su destino como hombre (Steve Harvey, Act like a lady, think like a man, HarperCollins e-books, 2009), entonces sobreviene los que Ton van Der Koon llama: “La crisis de lo masculino”. En primera instancia, “quién es” se refiere a aquello que le dio origen como el hombre que es, es decir lo que le da sentido a su existencia. Bert Hellinger nos dice que somos nuestros padres, nuestros orígenes, nuestros ancestros. El hombre se encontrará a si mismo al “liberarse del ascendente de su madre y reencontrarse con su padre; soltarse de ella que le dio la vida para reencontrarse con su propio género y su propia misión. Cuando el padre está ausente el hombre buscará su propia iniciación en la masculinidad, en algunos casos a través de las drogas, la violencia o la depresión” (Van der Koon). En segundo lugar, y una vez clarificado “quién es”, él buscara su función; aquello que le permita generar los recursos necesarios, económicos y de otra índole, para proveer y proteger a su familia. Cuando una mujer queda en embarazo, su pareja inmediatamente reconoce que en esa simbiosis madre-hijo él no puede participar, entonces sale al mundo a aportar desde lo “que sabe hacer”; esto determinará su hombría y su dignidad. Por último la medida de esta hombría estará dada por “cuánto produce”, esto es, lo que está en capacidad de generar para garantizar el bienestar de todos en las mejores condiciones posibles.

En un mundo en el que la fuerza física no es determinante, la mujer puede, por medio de su trabajo, proveer de seguridad, alimento y refugio a su familia. En el sentido práctico de la supervivencia y de lo que llamamos “salir adelante” pareciera que no los necesitamos. Esta realidad se ve agudizada por un sentimiento generalizado de rechazo, dolor y resentimiento hacia los hombres por lo que creemos es “su naturaleza”. Dice Pilar Sordo que nuestras madres en Latinoamérica se acostumbraron a la queja constante, muchas veces injustificada; expresamos permanentemente nuestro desagrado hacia los hombres, su forma de ser y sus acciones, la vida en familia, sus defectos y debilidades. Nuestros hijos terminaron por creerse que los hombres y la vida en pareja eran algo lo suficientemente negativo como para que no valiera la pena arriesgarnos al dolor y el desengaño .

Los hombres de la actualidad son los hijos y esposos de estas mujeres, sus colegas y subalternos, y sus potenciales parejas. Muchos de ellos han perdido su identidad y su valía a fuerza de escuchar que no son necesarios, que sin ellos podríamos lograrlo todo. Sus madres: viudas, solteras o abandonadas, los han convertido en sus parejas y apoyo, no los han dejado partir hacia su ritual de iniciación como hombres; y ellos se han quedado al lado de estas mujeres, débiles, en una existencia que parece no tener sentido, incapaces de elegir un oficio que les permita unirse a una mujer, cuidar de ella y de su familia y sentirse dignos de su amor y respeto. Como dice Van der Koon: “la madre no puede entender la naturaleza física de los hombres, el humor, la audacia, la intrepidez, los fracasos, las historias”; ellos deben ir al padre, en la realidad o la terapia, para encontrarse con la esencia de su hombría.

En esto radica la dificultad para relacionarnos: no los respetamos, no reconocemos su aporte necesario a la vida, los menospreciamos, cuestionamos su capacidad para cuidarnos y protegernos, esperamos de ellos que nos entiendan, que se expresen y comporten como algo que no son. Usamos reuniones sociales para decir, a quien nos quiera escuchar, que los hombres no conocen de dolor porque no hay parido un hijo, o que son inútiles en la casa, o que solos no podrían sobrevivir. Utilizamos su sexualidad y las partes de su cuerpo para burlarnos de ellos y los exponemos a su vulnerabilidad o debilidad; buscamos sentirnos superiores a ellos y usamos cualquier medio en nuestras manos para lograrlo.

Estos hombres son nuestros padres y abuelos, aquellos que se unieron a nuestras madres y abuelas y nos dieron la vida. Son nuestros hermanos y tíos y al fin de cuentas nuestros hijos. Han ido a la guerra para proteger a los suyos, han luchado, han sufrido en silencio, han emigrado dejando atrás a sus familias y sus sueños. También han sido abandonados por sus esposas e hijos, han vivido la traición y la pérdida; y cuando la vida se los exige, han sacrificado su propio bienestar por el de los suyos. Un hombre es capaz de dar la vida por su patria o por una causa que considera que le dará un mejor futuro a los que se quedan.

A las mujeres nos corresponde reconocer el aporte de lo masculino en nuestras vidas y con humildad ocupar nuestro lugar. Dejarnos cuidar y proteger por ellos, respetar esa masculinidad que es un misterio para nosotras y que atrevidamente juzgamos y cuestionamos, y dando un paso atrás permitirnos maravillarnos de lo que los hombres logran y generan para nosotras y sus familias.

A los hombres les ha llegado la hora de retomar sus orígenes, de comprender que solo por medio de sus mentores hombres podrán encontrarse a sí mismos y su propósito en la vida. Cuando estén bien parados en su masculinidad habrá otros hombres y mujeres haciendo fila para ser testigos de la fuerza de la vida que se manifiesta en cada uno de sus actos.

Para mi el camino solo está comenzando, es un simple atisbo de lo que se gesta en el corazón de Ellos y diariamente busco oportunidades para respetar y comprender que vale la pena compartir la vida juntos aprendiendo de nuestras diferencias y abrazando lo que somos. Conozco a diario personas que desde su práctica profesional, el colegio, las relaciones de pareja o el trabajo se enfrentan a las dificultades que ocasiona no tener esta claridad respecto a lo masculino y su valor y función en el bienestar de todos.

En conclusión, lo masculino es un misterio que encarna la fuerza, la protección, la sabiduría dirigida al hacer, al enfrentarse al mundo y a lo práctico. La invitación es a mirar lo masculino comenzando en casa, recordar y reconocer a cada hombre que ha pasado por nuestra vida y el aporte fundamental que ha hecho a nuestro crecimiento y evolución. Cuando hacemos de esto un hábito cotidiano, la vida se transforma ante nuestros ojos: sentimos más fuerza, los proyectos se hacen más claros y alcanzables, podemos estudiar y aprender con mayor facilidad, las mujeres podemos encontrar hombres con los que relacionarnos armónicamente, los hombres pueden llevar a cabo su proyecto de vida con éxito y encontrar una mujer a la cual amar por medio de sus cuidados y protección, y se quedarán a su lado.

Vale la pena intentarlo.

por Mónica Giraldo

 

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